Un acercamiento a Juan Ramón Jiménez a través de entrevistas realizadas al autor de “Platero y yo”.
“Por obra del instante” (Fundación José Manuel Lara/Centro de estudios Andaluces, 2013) recoge las entrevistas, referencias, visitas después narradas, etc. realizadas al poeta andaluz Juan Ramón Jiménez, desde su primera estancia en Madrid (narrada por el que acabara siendo magnífico traductor y notable narrador, Cansinos Assens) a las últimas entrevistas realizadas en vida, después de la concesión del Nobel y de la muerte de su esposa, Zenobia Camprubí.
Este libro es un paso más en esa visión, obligadamente fragmentaria, de lo que fue la vida de uno de los poetas más reconocidos de la poesía española del Siglo XX
El libro, presentado en una edición sobria, fácil de leer, muy bien anotada y con los distintos artículos perfectamente distribuidos (conservando en los escritos en lengua extranjera, además de la traducción, la versión original) es una puerta de entrada más al universo íntimo de este poeta que, por lo que aquí descubrimos, rechazó la fama casi tanto como la buscó. Pues no queriendo “arrastrarse” tras los críticos, parece, sin embargo, que al mismo tiempo Juan Ramón deseó, ante todo, ser reconocido y que si no llamó a más puertas fue porque cierto orgullo en él se lo impidió. Tal vez el mismo orgullo que llevó a su padre, ante un revés en los negocios, a salvar “inmaculado el honor de su firma” en lugar de ampararse en una declaración de banca rota.
Sobre la pertinencia y el contexto de este libro, la propia editora y compiladora de los artículos y entrevistas, Soledad González Ródenas, dice en el prólogo lo siguiente: “En los últimos años, las ediciones rigurosas de su epistolario y las de sus obras de cariz más autobiográfico que poético, como es el caso del mencionado libro «Guerra en España» o el titulado «Vida» nos van aportando valiosos datos sobre los que ajustar una complejísima biografía que, por fuerza, no ha logrado una versión que pueda llamarse «definitiva»”.
Este libro es, entonces, un paso más en esa visión, obligadamente fragmentaria, de lo que fue la vida de uno de los poetas más reconocidos de la poesía española del Siglo XX y, al mismo tiempo, uno de los que menos noticia se tiene, aún, de su intimidad. Si este libro viene a cubrir ese vacío, también lo hacen, como explica la autora, otros de reciente aparición, como el primer tomo de “Vida” (Pretextos, 2014), del que nos ocuparemos otro día y que recoge el primer tomo de lo que Juan Ramón, con obsesión que atraviesa los años, llamó su Obra; pues para él toda su trabajo estaba en constante reelaboración y sólo tenía sentido puesto todo junto, en varios tomos que demostraran al mundo la grandeza de su arte.
“Trabajo todo el día”, “tengo gran cantidad de libros sin publicar”, repite Juan Ramón a lo largo de todo este
libro —es decir, a lo largo de toda su vida— a todo aquel que se acerca a preguntarle. Y sin embargo, Juan Ramón apenas publica —en proporción con lo que escribe—: pule, reelabora y guarda, con un sistema casi científico que le permite saber cuándo una obra (en minúscula, apenas un capítulo de la Obra) está listo para ver la luz. Y mientras tanto, el orgullo de su padre le deja casi en la calle y el poeta se ve obligado a sobrevivir escribiendo, vendiendo algunas posesiones y dando conferencias.
«Es triste saber», se lamenta entonces, «que de lo que hay en uno y es riqueza no se podrá vivir nunca, aunque se quisiese vivir de ello, aunque no se querría nunca explotarlo». Tal es la lucha de Juan Ramón, querer ser reconocido sin exponerse, querer vivir de su arte sin mostrarlo.
Y mientras, en España se van preparando las condiciones para una guerra civil que tendrá en Juan Ramón —aunque él nunca se sienta tal— a uno de sus primeros exiliados, primero a Estados Unidos y después, y finalmente, a Puerto Rico. Durante la guerra y, después, con Franco ya en el poder, Juan Ramón mantendrá una posición que quiere ser de independencia, pero que en algunas declaraciones llega a ser equidistante. Si no durante la Guerra, cuando muestra una clara adhesión a la República y a alguno de sus prohombres (Azaña, Besteiro,…) —“yo estoy a favor de la civilización”, declara—, sí después, cuando declara en varias ocasiones no ser un exiliado ni tener disputa alguna con el régimen de Franco.
Él mismo, sabedor de que su posición le traería —le trajo, en realidad— críticas, se defendió en el grueso volumen, publicado tras su muerte, “Guerra en España”. Sobre el papel del arte en aquellos momentos, la posición de Juan Ramón también fue clara siempre: “Trabajar en la obra propia, incluso cuando la gente se agita en la calle. ¿No es ésta la mejor política? Claro que si yo creyera decisiva mi intervención, lo dejaría todo en un momento dado; pero había de ser con la seguridad de contribuir de una manera inmediata a una conquista política tangible. Mientras tanto, mi obligación es escribir, como la del melonero vender melones”.
Y así, para escribir sin tener que oír el bullicio de las calles ni a los vecinos, manda insonorizar la habitación en que trabaja en Madrid. Buscando siempre estar a solas con él mismo, la única persona que, a veces, parece interesar a Juan Ramón.
Y sin embargo, parece haber algo de pose en ese “torremarfilismo”; por ejemplo, en las contradicciones que se encuentran entre las referencias caústicas que en privado hace de algunos colegas (como Machado) y las que hace en público, más elogiosas cuando sabe que sus palabras serán transcritas; por ejemplo, también, en el hecho de que asegure no leer ningún periódico, cuando en sus diarios Zenobia se queja de que los ejemplares se amontonan en la casa.
Para acercarse a ese Juan Ramón contradictorio, a su poética —“¡Hagan versos, muchachos” Pero hagan los suyos” recomienda a los jóvenes, “no besen a la amada con los labios de otro hombre”—, a su ego a veces avasallador y a su sensibilidad siempre alerta y muchas veces volcada en versos geniales, sirve este libro editado por Soledad González Ródenas. Libro que disfrutarán, especialmente, aquellos interesados en el poeta o que gusten, habitualmente, de las biografías, semblanzas, epistolarios, diarios, etc. de los grandes escritores.
Y también servirá este tomo para llevarse con uno la reflexión de que, tal vez, sólo haya una cosa peor que perseguir siempre el aplauso, y es desearlo y, aun así, por orgullo o hidalguía (o por desprecio a la plebe) no salir a las calles ni a pedirlo ni a recogerlo. Tal vez fue esto —y el no salir le impidió ver qué admiración creciente le profesaban muchos— lo que convirtió a uno de los genios del idioma en un hombre muchas veces pagado de sí mismo, ególatra hasta el escarnio absurdo (como acusar a Neruda de no saber escribir cartas) y que vivió siempre —o eso parece— con la sensación de que su genio debía ser reconocido incondicionalmente, y no lo era.
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