“El placer de vivir me hizo olvidar el cansancio del viaje y casi me hizo llorar”
«Desde las primeras líneas Basho se presenta como un poeta anacoreta y medio monje […]. Su viaje es casi una iniciación». Así habla Octavio Paz en el largo prólogo que antecede al libro «Sendas de Oku» del poeta japonés del siglo XVII Matsúo Basho, libro considerado una de las cumbres de la narrativa y la poesía japonesa Zen.
La obra es, en realidad, un cuaderno de viaje en el que, con breves textos, Basho apunta sus impresiones del camino, de las gentes con las que se cruza y de los lugares que visita. El viaje es el que el propio Basho emprende, acompañado por un discípulo, desde su choza en el Sur hasta las remotas tierras del Norte, más el consiguiente regreso.
El viaje, es casi innecesario señalarlo de nuevo, no supone sólo un desplazamiento físico, sino también uno interior: el viaje, como en tantas obras, es también un lento aprendizaje. El espíritu crece a medida que el cuerpo se desplaza.
Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje.
El prólogo de Paz contextualiza el libro y la obra de Basho repasando el camino hasta la aparición del Haikú y señalando los maestros que en este arte antecedieron al autor de «Sendas de Oku».
«Al leer a Basho», explica Paz, «nuestra sonrisa es de comprensión y, no hay que tenerle miedo a la palabra, piedad. No la piedad cristiana, sino ese sentimiento de universal simpatía con todo lo que existe, esa fraternidad en la impermanencia con hombres, animales y plantas, que es lo mejor que nos ha dado el budismo».
«Para Basho», añade, «la poesía es un camino hacia una suerte de beatitud instantánea y que no excluye la ironía ni significa cerrar los ojos ante el mundo y sus horrores».
El único problema con este prólogo de Paz —por lo demás, digno del libro— es que acaba bifurcándose demasiado, de modo que el poeta mexicano acaba dedicando un gran número de páginas a hablar de otro poeta de su país —José Juan Tablada— cuando apenas ha dado, todavía, dos o tres pinceladas sobre la obra de Basho.
En cualquier caso, el prólogo contiene varios aciertos y ayuda a acercarse a un libro que, por estar tan lejos de nuestra tradición, podría llegar a resultar, sino incomprensible, sí bastante hermético. En ese sentido, Paz recomienda lo siguiente: «Quizás haya que leer como se mira al campo: sin prestar mucha atención al principio […]. En este libro de Basho no pasa nada, salvo el sol, la lluvia, las nubes, unas cortesanas, una niña, otros peregrinos. No pasa nada, excepto la vida y la muerte».
Entre los antiguos, muchos murieron en plena ruta. A mí mismo, desde hace mucho, como girón de nube arrastrado por el viento, me turbaban pensamientos de vagabundeo. Después de haber recorrido la costa durante el otoño pasado, volví a mi choza a orillas del río y barrí sus telarañas. Allí me sorprendió el término del año; entonces me nacieron las ganas de cruzar el paso de Shirakawa y llegar a Oku cuando la niebla cubre cielo y campos. Todo lo que veía me invitaba al viaje; tan poseído estaba por los dioses que no podía dominar mis pensamientos
La poesía y la prosa de Basho, eso sí, más que ser un canto al campo, al paisaje en general, lo es a algunos de sus detalles. Desde luego, Basho no prescinde de la emoción del “instante”, pero esa emoción está siempre en contacto con lo que podríamos denominar los elementos “objetivos” (reales, si se prefiere) que despiertan esa emoción; y esos elementos son siempre sencillos detalles: unas ruinas, una flor, un árbol o, simplemente, la memoria de algún hecho pasado.
El libro incluye otros textos de Paz al comienzo, además de una semblanza de Busón, discípulo de Basho e ilustrador de su obra; ilustraciones que en esta edición, pese a lo señalado en esa breve semblanza (hecha para otra edición), no se conservan; de ahí que, a lo mejor, hubiera sido preferible no incluir tal texto o, en su defecto, hacerlo con una breve nota explicativa explicando quién era Buson, por qué fue importante y a qué se debe la ausencia en esta edición de sus pinturas, de las que sólo aparecen bellas muestras en la portada y en las guardas. En todo caso, la edición de Atalanta es cuidada y tan bella en los elementos gráficos como lo suelen ser casi siempre las de esta editorial.
«Sendas de Oku» tiene —y con esto terminamos— el aroma de lo simple y de lo bello; leerlo es como contemplar una de esas (en apariencia) sencillas acuarelas Zen. Ingenuo, es la palabra. Es un libro ingenuo. Pero sin que aquí eso signifique aquí nada negativo, sino todo lo contrario. Es un libro para encontrar el reposo en medio de la actividad, para hallar una ventana hacia un modo muy diferente de vida, de pensamiento y de espiritualidad. Una vida donde lo sencillo y lo móvil le ganan la partida a lo fastuoso, como el Haikú (en su desnudez y aparente facilidad) se la gana tantas veces, con sus alegre y rápida capacidad de sorpresa, a ciertas poesías deliberadamente barrocas.
Recomendable, especialmente, para amantes de la poesía y del arte Zen, o interesados en ellos.
Sendas de Oku, de Matsúo Basho (Atalanta). PVP: 18€. Cómpralo aquí
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