Locas, malas y melancólicas: las mujeres y los psiquiatras
Susan Sellers lleva más de una década al frente de la edición de las obras de Virginia Woolf publicadas por Cambridge University Press. Además de su labor de editora y docente en la Universidad de St Andrews, Escocia, Sellers ha demostrado su infatigable dedicación a la autora de “Orlando” embarcándose en el mundo de la ficción con la novela “Vanessa and Virginia”, donde recrea aspectos de la relación de Woolf con su hermana, inabordables, según ella, de haber tenido que seguir las rigurosas imposiciones cronológicas y la exactitud fáctica que se le presuponen al género biográfico.
A Virginia Woolf la literatura le estaba costando su salud mental. Fue por ello que uno de sus psiquiatras le pidió que dejara de escribir, ya que sus brotes de “algo” que la propia Woolf describe en sus diarios como “la ola” y “el horror”, se veían acentuados por el enorme esfuerzo que ponía en sus escritos
“La ficción no pretende decir la verdad”, afirma Sellers, “pero la dice de forma diferente a través de los sentidos”. Aquí Sellers parece coincidir con la misma Virgina Woolf, cuyas ideas sobre la ficción y la ciencia analiza en su ponencia en el marco de un ciclo de conferencias celebradas en el Museo de Freud de Londres. Estas charlas, que hacen referencia al libro homónimo de Lisa Appignanesi “Mad, Bad and Sad: Women and the Mind Doctors”, se proponen dar respuesta a la célebre pregunta que Freud dirigiera a una de sus pacientes y amigas, Marie Bonaparte: “¿Qué quiere una mujer?” El ciclo incluye una exposición de obras de artistas, por ejemplo una serie de 36 composiciones de Louis Bourgeois que el Museo de Freud ha tomado prestadas de la galería Marlborough Fine Art, en las cuales la artista francesa reelabora, de nuevo, el tema de la araña, un trasunto de, entre otras cosas, su visión de la maternidad y la relación con su madre.
A Virginia Woolf la literatura le estaba costando su salud mental. Fue por ello que uno de sus psiquiatras le pidió que dejara de escribir, ya que sus brotes de “algo” que la propia Woolf describe en sus diarios como “la ola” y “el horror”, se veían acentuados por el enorme esfuerzo que ponía en sus escritos. Por supuesto, Woolf nunca le hizo caso al Doctor Savage, aunque la aparición de “la ola” interrumpiese incluso las constantes entradas en su diario. Pero la relación de Woolf con los secretos de la mente y la enfermedad psíquica (a la que siempre deseó sobreponerse con un acto de autocontrol, como si de un asunto volitivo se tratara) va más allá de su vida personal: su obra, apunta Sellers, es una búsqueda a través de la exploración literaria de la verdad humana, el mismo proyecto que, desde otra orilla, puede atribuirse a Freud. Su relación con el psicoanálisis es clara, si bien la autora nunca se sometió a un tratamiento psicoanalítico (aunque practicara el auto-análisis) y a pesar de que desdeñara las pretensiones del psicoanálisis de convertirse en una ciencia.
Aun reconociendo e interesándose por los avances científicos de su época (siguió de cerca los descubrimientos de la teoría de la relatividad), Woolf pensaba que la ciencia era aburrida y que lo que tenía que decir lo podía decir mejor la literatura. Sabemos, y conocemos, mucho de Woolf gracias a los numerosos comentarios que apunta en su diario y a su profusa correspondencia, que nos revela que a partir de 1939 fue una lectora voraz de la obra del inventor del psicoanálisis. Lo primero que leyó fue Moisés y la religión monoteísta, seguida por La civilización y sus descontentos. Según Sellers, estas lecturas se pueden rastrear perfectamente en la obra de la autora: “Woolf adoptó en su obra la terminología y la percepción de Freud”. Hay ecos de Estudios sobre la histeria, por ejemplo, en “To the lighthouse”, en la imagen del cuchillo con la que se refiere a Mr Ramsey: lean as a knife, narrow as the blade of one. No podía ser de otra manera, dada la influencia que recibió del psicoanálisis a través de familiares y amistades íntimas, y del propio Freud.
La “ola” a la que se refiere en sus diarios había recibido el diagnóstico clínico de neurastenia, ansiedad, botes de depresión, dolores de cabeza, fiebre,… Este cuadro sintomático parece, asimismo, remontarse a un pasado traumático de abusos sexuales
Antes de casarse con Leonard Woolf, Virginia había recibido una propuesta de matrimonio de su amigo Lytton Strachey (propuesta que luego retiró). Tanto Lytton como su hermano James fueron pacientes de Freud, y fue James Strachey quien se encargó de la traducción y la edición de lo que hasta hoy es la prestigiosa “Standard Edition” de la obra de Freud. Sabemos que Woolf se reunió con Freud y que hablaron de Hitler (Virginia le trasmitió su preocupación por el momento histórico y su sentimiento de culpabilidad, que Freud alivió, porque Gran Bretaña había ganado la Gran Guerra y con ello causado el ascenso de Hitler al poder). Para Woolf estaba claro que Hitler era un ejemplo perfecto de las fuerzas negativas del inconsciente. A otro nivel, estas pulsiones inconscientes presentes en el ser humano llevaron a la autora a cinco intentos de suicidio (en uno de ellos se tiró desde una ventana muy baja, lo que induce a preguntarse si de verdad quería matarse). La “ola” a la que se refiere en sus diarios (“la ola, la tristeza irracional, el sentimiento de fracaso”), donde a veces escribe “Ojalá estuviera muerta”, había recibido el diagnóstico clínico de neurastenia, ansiedad, botes de depresión, dolores de cabeza, fiebre, agotamiento, aversión a los alimentos y proclividad a la gripe. Este cuadro sintomático parece, asimismo, remontarse a un pasado traumático de abusos sexuales. Tampoco hay que subestimar, apunta Sellers, el papel que jugó el contexto histórico (el por entonces inminente peligro de invasión nazi de Gran Bretaña) en el suicido de la autora, quien en 1941 se adentró en las aguas del río Ouse, con piedras en los bolsillos, donde finalmente se ahogó.
Pero una cosa es la lectura psicoanalítica que podamos hacer del suicidio de Virginia Woolf y otra muy distinta su convicción de que someterse a un tratamiento de psicoanálisis le hubiera robado su creatividad. Así lo ve, también, Kay Redfield Jamison, catedrática de psicología clínica en la Universidad John Hopkins, y autora de “Touched with Fire: Manic-Depressive Illness and the Artistic Temperamen”t, quien relaciona la enfermedad de la autora directamente con su genio.
La obra de Virginia Woolf parece haberse levantado sobre los cimientos de años de duro trabajo, de lucha contra su enfermedad y sufrimiento. Este ciclo de conferencias y exposición nos ofrecen una oportunidad única para reflexionar sobre el trabajo artístico de mujeres como Virginia Woolf, en particular en su relación con el psicoanálisis y la psiquiatría.
Mad, Bad and Sad: Women and The Mind Doctors, Freud Museum, Londres
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