Analizamos las exposiciones de David Lynch y William Burroughs
“Me encanta la industria. Las tuberías. Me encantan el fluido y el humo. Me encantan las cosas hechas por el hombre. Me gusta ver a la gente trabajando duro, y me gusta ver el lodo y los desperdicios que produce el ser humano”. David Lynch
La primicia, el último plato fuerte de la galería, es la exposición de 90 fotografías en blanco y negro tomadas por el cineasta David Lynch en localizaciones de Inglaterra, Berlín, Polonia, Nueva York y Nueva Yersey entre los años 1980 y 2000. La sorpresa, sin embargo, se encuentra una planta más abajo, la que acoge el trabajo fotográfico del escritor William Burroughs. Una planta más abajo aún está instalada parte de la obra fotográfica de Andy Warhol. De los tres, el que muestra un mundo más complejo en medios, técnica, y en alcance de la reflexión imaginativa parece ser, a mi entender, el novelista americano.
Pero comencemos por las fotografías de David Lynch. Reliquias de un mundo perdido, fábricas que fueron emblemas del progreso ahora desiertas y que reclama la naturaleza, acompañadas de una composición musical, ligeramente menos sombría que sus fotografías, especialmente creada por el cineasta para la exposición. Aquí vemos claramente la esencia del cine: imagen y sonido. Los temas de las fotografías no son otros que ventanas oxidadas, charcos, lodo, agua estancada donde se refleja la luz quizá de una ventana vecina. Cables, paredes desconchadas, pintura descascarillada, tuberías desnudas, muros que muestran sus numerosas irregularidades, juegos de luces y sombras, claraboyas, ventanas divididas en cuadrículas, y más ventanas aún donde el óxido de los batientes se ha depositado hasta formar grandes manchas negras. Cristales rotos. Humo. A pesar de la destrucción y la decadencia, del trabajo de oxidación del tiempo, estas fotos dan la sensación de limpieza clínica, de disección aséptica. En parte porque los ángulos se asemejan a cortes precisos, de bisturí, y porque da la impresión de que se ha puesto bajo lupa a los “objetos” retratados, a partes desconectadas de un todo: hiperrealismo fotográfico posmoderno. La “pérdida de realidad” a la que se refiere Žižek cuando comenta las películas de Lynch replicada ahora en sus fotografías: “Aquí reside la característica fundamental del hiperrealismo posmoderno: […] La excesiva proximidad a la realidad produce una ‘pérdida de realidad’. Los detalles raros sobresalen perturbando el efecto pacificador de la imagen en su conjunto”.
Caminaba de un sitio a otro sacando fotos cuando podía. Acabé enganchándome.
William Burroughs.
La fotografía de William Burroughs es otra cosa. Para empezar, su estilo es más narrativo y metafotográfico. Viendo sus imágenes uno no claudica del todo de la posibilidad de significado, a diferencia de la vaciedad claustrofóbica y la ausencia de sentido que transmiten las imágenes de David Lynch. Recorriendo la exposición de Burroughs se tiene la sensación de estar frente a un experimento de mayor calibre. Lo que en Lynch es deleite de los sentidos en el no-sentido, su propia recreación placentera del registro digital de fábricas abandonadas que encuentra irresistibles, en Burroughs es experimentación intelectual, ejercicio de ingenio que no ha perdido totalmente la conexión con la vida y que invita al espectador a participar. Sus fotografías a veces cuentan historias, otras son un jeroglífico que resulta divertido descifrar. No sólo son más cálidas porque aparezca la figura humana en ellas, a veces en un juego de presencia/ausencia, sino porque están directamente conectadas con la vida, con lo que pasa en la calle y con su vida. Una pelea en el Moka bar, En Frith Street, de Soho, da pie a que Borroughs pase semanas fotografiando el lugar, del que se exhibe una serie. De hecho, la exposición de Borroughs consiste en varias series, a diferencia del continuum monotemático de David Lynch. La suya parece ser una metareflexión sobre el arte de la fotografía, dada la aparición en muchas de ellas del artefacto de la cámara y el triple encuadre de algunas de sus imágenes. Sus fotografías son contenedores de otras fotos donde aparece, además, un tercer encuadre: el de un espejo. Se trata de la fotografía que reflexiona sobre sí misma y sobre sus posibilidades.
Que la época de Burroughs no es la de Lynch lo atestigua la presencia del surrealismo más convencional en sus imágenes, no solamente por la técnica del collage, sino por la yuxtaposición inesperada y extraña de los objetos distribuidos en las fotos: hojas de periódicos superpuestas, una sartén vieja y oxidada en el centro, junto con un reloj-alarma de metal a un lado y una tacita de té con su platillo de porcelana fina al otro. En una de las imágenes, en apariencia banal, de una escena en un bar Burroughs ha trazado líneas cuadriculares que encierran unos rostros, como queriendo dirigir la mirada del espectador hacia ciertos personajes. Es otra forma de llamar la atención hacia el objeto de la fotografía y lo que le es más propio: la mirada ajena y la distorsión, bien a través de la intervención de elementos externos a ella (en el collage o el bolígrafo que rasga su superficie) o fotografiando ángulos y objetos, incluida la propia cámara, que ponen de manifiesto hasta qué punto la fotografía también es construcción de la realidad.
The Photographers’ Gallery. Del 17 de enero hasta el 30 de marzo.
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