En ese vacío que es la memoria colectiva española reverbera de vez en cuando y todavía el nombre de una ciudad francesa: Toulouse. Allí se refugiaron muchos españoles expulsados por la guerra y el franquismo -y más adelante, por el hambre- y allí se conservan aún muchos vestigios de esa vinculación con España. Vestigios que allí muchos no defienden y aquí casi todos ignoramos.
Un maestro y amigo me llevaba hace poco, por ejemplo, a la filmoteca de la ciudad donde -con guarda en la puerta para que no se colara nadie del consulado franquista- se celebraron durante décadas los mítines del PSOE. Allí, me dice, fue donde se hizo famoso por vez primera un joven de pico de oro al que después los tiempos conocerían como Felipe González. Hoy amigo de Jeques, consejero empresarial fan número dos de Albert Rivera. El uno es Aznar.
Allí se gestó, me dice, un socialismo de resistencia y solidaridad que de resucitar sus más ancianos y primeros fundadores tendrían serios en problemas en reconocerse en este socialismo light de Pedro Sánchez.
Mi amigo me llevó también a ver la “Ciudad Madrid”, donde residieron muchos de los exiliados. Entre ellos, Carlos Pradal, hijo del diputado almeriense de la II República Gabriel Pradal y padre del músico Vicente Pradal; hito intermedio de esta conocida familia, el cual nació en Madrid y que llegó a convertirse (y aún es) en un cotizado pintor; y además, dicen los que entienden, un buen pintor.
Estos y otros lazos con España dieron a Toulouse -por cuyas calles paseó también su hambre Luis Cernuda y donde aún es posible tropezarse con españoles que después de 60 años de exilio apenas hablan francés- más razones y más madera para una universidad que descollaba desde comienzos del siglo XX, precisamente, en los estudios hispánicos.
Pero parece que también esto está cambiando. Y como las letras no venden y la Educación, nos aseguran, debe someterse al mercado, anda el rector empeñado en unir su casa, la Jean-Jaurés, con la universidad Capitole -la casa de enfrente-, dejando aquello que “un día fue” en un sucinto “lo que pudo haber sido”. Por el camino, han perecido ya los cursos de español de Burgos, los más antiguos de Europa y organizados precisamente por la Universidad Jean-Jaurés y el Centro de Estudios Universitarios de Madrid donde quien esto escribe llegó a dar clase y que después de varias décadas abiertos está hoy tristemente cerrado.
Pero es lo que tienen el desprecio por las humanidades y, sobre todo, la mala memoria. Que tristemente, arraigan en todas partes. Y no sólo a este lado de los pirineos.
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