Aunque parezca increíble, la teoría económica de la segunda mitad del siglo XX, se construyó en base a las predicciones de un prestigioso matemático que sufría paranoia, John Forbes Nash, y del sicoanalista Carl Jung. Siempre he creído que el reduccionismo al que estos cerebros fantásticos de la ciencia habían llevado el comportamiento económico de los individuos, nos llevó al desastre que hoy estamos viviendo. Por eso, cuando hace un par de años, leí, en un estupendo libro titulado “Ulises y la comadreja”, las opiniones de Georg von Wallwitz, diciendo que “no es posible explicar el comportamiento humano con un modelo formulado matemáticamente”, sentí una cierta satisfacción al comprobar cómo desde el corazón del poder económico se reconocía al fin que el mercado, o los mercados – ese factótum que domina buena parte de los destinos de muchos países – están sujetos a grandes oscilaciones que responden a intereses particulares y globales como jamás hasta ahora habíamos conocido.
Ahora, un nuevo libro de Georg von Wallwitz, más brillante si cabe que el anterior -breve, sencillo, comprensible, clarificador- que acaba de publicar Acantilado con el título de “Mr. Smith y el paraíso”, nos cuenta algo que ya sospechábamos hace tiempo: que la ciencia que estudia los comportamientos humanos en el terreno económico tiene más que ver con la filosofía o con la sociología que con las matemáticas, pues la teoría económica no resulta una ciencia exacta sino más bien todo lo contrario, sujeta al capricho, a las ambiciones y temores del ser humano.
Y es desde esta perspectiva, la de las individualidades brillantes, como se construye la teoría económica. Así, vemos como en el siglo XVIII, Voltaire estaba obsesionado por el vil metal, dedicando gran parte de su tiempo a la especulación en la Bolsa, llegando a afirmar que la riqueza que crean los empresarios y los hombres de negocios garantizaba la libertad del pueblo. Lo que Voltaire no decía es que el botín se repartía entre muy pocos y que al pueblo no le llegaba apenas nada, como matizó años más tarde David Ricardo al analizar la miseria que había traído consigo la Revolución Industrial.
Mr. Smith (Adam Smith), el padre del liberalismo económico, lo mismo que los economistas decimonónicos, creía que el mercado se regulaba por sí solo y que el Estado no debía de intervenir en la actividad comercial. En esta misma idea se basaron los neoliberales que llevaron al mundo a la crisis económica del 2008 cuando los Estados tuvieron que intervenir para salvar a las entidades financieras a costa de los ciudadanos. Fue entonces cuando un grupo de eminentes economistas dirigieron la mirada hacia atrás resucitando las teorías de Keynes, quien ya advirtió antes del crack del 1929, que “dejar que la economía siga su curso nos podría costar la civilización”.
Entonces, es decir, hace casi un siglo, la gran debacle económica se frenó porque existían en el mundo personalidades como la de Bertrand Russell o el filósofo Edgard Moore, que en contra de las teorías utilitaristas de Bentham y de Stuart Mill, afirmaban que “el hombre no busca únicamente su provecho y que no lo necesita para ser feliz”. Esta base humanista y filosófica ha sido olvidada hoy tanto por los mercados como por numerosos gobiernos que aplican la austeridad extrema postergando la satisfacción social, por esa razón parece un acierto que una editorial como Acantilado, por extraño que resulte, introduzca en su colección a un autor tan poco frecuente como Georg von Wallwitz , un experto en la gestión de los grandes fondos que analiza la economía y el mercado con el conocimiento que le proporciona ser uno más del entramado financiero mundial.
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