Reseñamos la última novela de Pablo d´Ors y hablamos con el escritor
Reconoce Pablo d´Ors que «Contra la juventud» es un título provocador, que remite al fracaso que toda juventud supone. Época de pruebas, de ensayos; época en que, como le ocurre al joven Eugene, protagonista de esta novela, uno anda todavía a la caza de una identidad: y por eso imita la de quienes le parecen atractivos (o útiles) y va de una forma de ser a otra, como de un cuerpo a otro.
En el caso de Eugene esa etapa comienza con la llegada a Praga para trabajar como publicista. Su vida laboral, sin embargo, se estanca en seguida pues, aunque sigue cobrando un sueldo, no tiene en realidad nada que hacer. Solo en la ciudad, con aspiraciones de escritor —pero sin ser capaz de escribir una sola página—, Eugene va componiendo caras distintas en función de sus propósitos y necesidades.
Amado por una mujer madura, utilizado por otra —dominante y poderosa—, atraído por una joven estudiante y guiado por un pintor que es también maestro de una extraña comunidad cristiana, Eugene fracasa, pero, como apunta Pablo d´Ors, queda en la pista de salida hacia la madurez.
Una obra de lenguaje claro, con una buena carga de ironía y humor, que completa la «Trilogía del fracaso» de d´Ors, formada también por «El estreno» y «Las ideas puras». Hablamos de «Contra la juventud» con su autor.
Mundo Crítico: Comencemos por el título: «Contra la juventud». ¿Buscas destrozar el mito que vincula juventud y creación? Esa idea de que el arte va unido a la juventud.
Pablo d´Ors: Es que no creo que sea así en absoluto. El arte no es sólo la explosión del volcán sino que también es la lava cuando se va enfriando. La escritura requiere esa parte de dejarse arrasar por la inspiración, pero también requiere la otra cara de la moneda que es el orden, la composición, la estructura, la redacción… no se puede escribir una novela, creo yo, a impulsos de inspiración. Los novelistas, en general, somos personas bastante ordenadas, disciplinadas, y de alguna manera junto a la inspiración ponemos el oficio. Y eso es lo que hace que un proyecto de gran envergadura como es una novela pueda cuajar.
M.C: Pero sí existe ese mito, sin embargo.
PO: Sí, pero no creo que responda a la verdad. Para la mayoría de nosotros la etapa de la madurez es de mucha mayor plenitud que la de la juventud. En mi caso es evidente que el título es provocador. Es un texto contra la juventud, pero no contra los jóvenes. ¿Y por qué contra la juventud? Porque la juventud es una etapa de ensayos donde todavía no somos aquello que nos gustaría ser y es cuando experimentamos, jugamos con nuestra identidad —en este sentido este libro podría haberse titulado «el juego del ser», título muy kunderiano—, estamos buscando. En esas búsquedas, en esos ensayos, cometemos errores, y esos errores son en muchos casos devastadores, grandes que nos hacen daño a nosotros y a los demás. Y en ese sentido creo que no hay que mitificar la juventud. Es verdad que toda existencia es errática, no sólo la de los jóvenes, pero en la etapa de juventud de manera más clara.
M.C: En el caso de Eugen, el personaje principal de tu novela, esa falta de oficio se ve en que él todo el tiempo desea escribir, pero no escribe una sola página
PO: Hay que atravesar la imposibilidad del propio oficio para poder escribir. Eugen no consigue escribir porque en realidad no tiene nada sobre lo que escribir. Sólo se puede escribir una novela cuando hay una vida que contar. Él todavía no tiene esa vida, la está empezando a tener. Uno de los temas de este libro —que son tres: la poética, la erótica y la mística—, la poética (casi todas las grandes novelas, y no digo que esta lo sea que ojalá, son entre otras cosas una reflexión sobre el género de la novela y sobre el acto de escritura), este libro lo plantea de manera explícita, pues es la historia de un aprendiz de novelista. Siempre he dicho que la literatura es el único oficio al que se puede decir que uno pertenece sin haber hecho ni un solo mérito para ello.
MC: La novela, en esa parte del aprendiz de escritor, pero también en su conjunto, es un Bildungroman
PO: Sí, claro. Para mí, en general, la novela es una épica del individuo y por lo tanto el foco siempre está sobre la formación, o deformación, de un sujeto. Porque yo creo que la novela nace con la modernidad, cuando el hombre es capaz de decir yo. Y por eso todos mis libros en el fondo son novelas de aprendizaje, son bildungroman. Unos de manera más explícita, otros menos. Pero siempre son libros de personajes, de cómo la vida nos va deshaciendo o haciendo. Poniendo el acento en la novela de formación: el darnos forma. Porque casi todas las novelas que yo he leído son de «deformación», de cómo la vida nos va apaleando y nos va haciendo una caricatura de lo que deberíamos de ser. Y rara vez es la historia de una persona que crece y se hace mejor: más humano. Y es verdad que este libro deja a Eugen un poco destruido, pero también en la pista de despegue para que pueda recomponer su biografía.
MC: La mentira juega un papel muy importante en el libro. Lo primero que hace como escritor Eugen es, de hecho, mentir en su vida diaria.
PO: Sin duda. Yo sostengo que la literatura nace de la literatura. Es decir, que uno no se inspira tanto en cosas que suceden en la vida, como en la escritura de otros, que es lo que despierta la propia escritura. De hecho, la mayoría de mis libros nace en los márgenes de libros ajenos. Al leer, hay algo que me entusiasma, comienzo a subrayar, el subrayado se transforma en notas y de ahí nace la escritura. Es la creatividad del otro la que despierta la tuya. Entonces, la ficción —que no es verdad histórica, sino poética— lleva a Eugen a la ficción. A veces tenemos que llegar a nosotros mismos por lo opuesto, por la mentira. Yo creo que la mentira, o la ficción, son temas profundamente literarios. Y por otra parte, yo creo que aprendemos el oficio de escribir, y también el de la vida, imitando. El aprendizaje es una especie de imitación. Y lo que hace Eugen, al mentir es, en realidad, imitar… imitar a otros. Buscarse imitando.
MC: Busca maestros ¿no?
PO: Así es. Todo oficio, si lo piensas, se aprende imitando. También escribir. Todos los grandes maestros de la escritura, y de la vida, han sido antes grandes discípulos que no han dudado en admitir, a veces de manera desvergonzada, sus influencias. Escribir, en este sentido, es insertarse en una estela: decir, estos son mis padres, estos son mis maestros. En este sentido, el primer libro que yo publiqué, en el año 2000, se titulaba «el estreno», era una colección de cuentos en que cada cuento se dedicaba a un escritor y era como una tarjeta de presentación diciendo: «estos son mis maestros y yo quiero situarme en esta estela».
MC: ¿Dices esto porque ves cierta reticencia, entre los escritores, a reconocer las influencias?
PO: Yo creo que cuando el influjo es grande y el escritor muy joven, hay una reticencia enorme. Porque estás diciendo de donde estás bebiendo de una manera muy clara. Y porque hay una falsa idea de lo que es la originalidad. En este tipo de reflexión , me gusta recordar lo que decía mi abuelo, Eugenio D´ors: «todo lo que no es tradición, es plagio». Es decir, si no reconoces tu inserción en una determinada tradición, es que estás copiando, directamente. Es mejor confesar quiénes son nuestros padres porque sólo así, además, podremos ser nosotros padres para otros. Pero sí, creo que cuando el influjo es muy claro y muy grande da cierto pudor confesarlo.
MC: Volviendo la mentira y a Eugen. Cuando él miente para conquistar a Hanna, y no sé hasta qué punto hay voluntad irónica en ello, se crea una vida ficticia que es todo lo opuesto a la imagen del éxito actual. Él no dice ser un empresario de éxito o un famoso, sino que dice ser… ¡teólogo!
PO: (Risas) Bueno, no era un intento de nada… Eugen trata de tener una buena imagen ante ella sabiendo que ella respeta todo lo relacionado con la religión. Pero sí… a mí lo que me gusta de esa escena, lo que me divierte de ella es que se entusiasma tanto con su capacidad inventiva, con su vida ficticia, que hasta se llega a olvidar de que el objetivo de todo ese montaje que está creando, mentira tras mentira, es conquistar a esa chica. Es una reflexión acerca de cómo el arte nos hace olvidar el amor. El arte muchas veces no es un homenaje al amor, sino un sustituto. Es decir, lo que originariamente era para homenajear, para ponerlo al servicio del amor, se convierte en un fin en sí mismo. ¡Es que el arte es un fin en sí mismo!
MC: En relación con un libro tuyo tan vendido, como es «Biografía del silencio», Eugen cuando se adentra tanto en la mentira que se olvida de su objetivo, como dices (o cuando lee y se olvida de cuanto le rodea) son los únicos momentos en que se «centra» un poco. Pero en esa parte más erótica, en que salta de mujer a mujer, es lo opuesto a esa búsqueda del silencio que nos recompone ¿no?
PO: Eugen está siempre descentrado. Solamente en la biblioteca y con la bibliotecaria se siente un poco él mismo. No necesita interpretar al amante, al detective… sino que es él mismo. Y por eso entra en su apartamento y dice: «me gusta esto…, me gusta aquello…». Es decir, que cuando uno consigue ser él mismo, sin imposturas, es cuando se reconcilia con la realidad y ésta no le descoloca, sino que se siente integrado con ella. Creo que al final Eugen está tan desquiciado que tiene una gran necesidad de recuperar su identidad y empieza a caminar hacia la madurez y a ser él mismo.
MC: Tenemos un Eugen fragmentado, con una crisis de identidad, que como decíamos imita a otros y convierte esa imitación en su identidad… Un tema muy contemporáneo: el del ser sin identidad o fragmentado.
PO: Claro. Ese es un tema muy profundo y que, desde luego, está detrás de esta novela. También por la veta de lo erótico y de lo místico. Porque lo que está diciendo es que en nosotros conviven muchas identidades y que el camino para la construcción de la identidad no está en negarlas, en aplastarlas, sino en permitirlas convivir pacíficamente. Es decir, no se trata de negar las diferencias entre las diferentes parcelas de nuestro ser, sino de encontrar una armonía entre ellas, de jugar con ellas.
MC: No hay que tender a la unidad, entonces
PO: Hay que tender a la Unidad, pero la unidad no pasa por la negación de las diferencias, sino por su integración. Esta es una reflexión filosófica, pero también teológica. En el budismo, por ejemplo, se habla de una unidad que es uniformidad, es decir, el individuo pierde su identidad y se disuelve. En el cristianismo tenemos un Dios que es Uno, pero también Trino. Esto significa que la pluralidad se inserta en la Unidad, la posibilita. El camino de la Unidad es la convivencia de la diferencia. Todo esto es muy teológico, muy filosófico…, pero también es lo que está detrás de nuestras biografías. Como somos muchos, como Pessoa, y como muchas veces no sabemos convivir con todas nuestras identidades, tendemos a negar algunas de ellas. Y es así como nos hacemos daño, en lugar de buscar la armonía entre ellas.
Y esto enlaza con la erótica y con la mística porque este libro, como todos los míos, plantea ambos temas. Hablar de erotismo y mística es como hablar de cuerpo y espíritu. Es también una dialéctica que está también en la obra de Hesse, del cual yo me considero heredero, sino el heredero. Porque muy pocos escritores se hacen cargo de la dimensión del espíritu, creo yo. Se ha identificado la literatura con un experimento con el mal: como una temporada en el infierno, como entrar en el corazón de las tinieblas, … casi todos los escritores son escritores de la oscuridad. No de la oscuridad y de la luz, como Hesse. Entonces, erotismo y misticismo están atravesados por la misma pasión, que es la pasión de la Unidad: la de los cuerpos en el erotismo, la de las almas en la mística. Eso es lo que las une. Y esta es nuestra aspiración secreta: estar unidos con nosotros y estar unidos con el otro.
El problema es la división, la fractura. Y toda novela es un canto al drama de la fractura, que existe con uno mismo y con los demás, y a la nostalgia de la unidad.
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