Mario Muchnik

Entrevista con Mario Muchnik

Entrevistamos al editor y escritor Mario Muchnik

«La situación actual de la edición, que es muy muy mala, empieza en los años setenta, que son los años en que las agencias comienzan a negociar derechos millonarios». nos dice Muchnik que ha sido editor con Robert Laffont en París, fundó Muchnik editores (una de las referencias de la edición independiente), dirigió Seix Barral y trabajó en Anaya y en la actualidad es propietario del taller de Mario Muchnik. Entre los autores que ha editado podemos destacar a Canetti, a Sontag o a Ismail Kadare. Este currículum y su conocido instinto le convierten en una leyenda, sobre todo, para quienes todavía apuestan por la edición independiente.

Mario nos recibe en su casa del Paseo de la Castellana, un piso amplio y luminoso decorado con cuadros que llevan su propia firma y en el que se observan libros por todas partes, aunque todos muy bien colocados. La mesa del salón aparece despejada y sobre ella colocamos la grabadora y la cámara de fotos, otra de las herramientas de trabajo de Muchnik, que se interesa por el tipo de cámara que emplearemos y por el precio de la misma. Nos sentamos a su lado en el sofá y le damos al Rec para hablar con él de la publicación de su último libro “Ajuste de cuentos” (El Aleph, 2013) pero también de la edición de libros, del ebook, de los Ministros de Cultura y de muchas otras cosas, pues Mario es, como él dice, un varón rampante al que le encanta irse por las ramas.

Mundo Crítico: Cómo ha sido la experiencia de publicar en El Aleph, una editorial creada por ti

Mario Muchnik: Esta historia comenzó hace unos años. Yo he tenido muchas vicisitudes editoriales, claro. Hace ya unos años unos socios editoriales que tenía [se refiere, entre otros, a Joan Seix] se quedaron con mi editorial y a nosotros (a mi señora, a mi padre, a mí…) nos dejaron en la calle. No les fue bien y entonces el grupo 62 compró la que había sido mi editorial y le cambiaron el nombre por el del Aleph para que no se confundieran. Porque si no, ¿te imaginas las mujeres?: «ah, usted es el de las dos editoriales». Y entonces un día me llamó por teléfono el director general del Grupo 62 y me dijo «Mario, yo te quiero ver, ¿me puedo pasar por tu casa?». Y yo le dije: «sí, claro». Y un día, aquí sentados, me dijo «tenemos que hacer algo juntos, Mario. Nosotros tenemos la que era tu editorial, le hemos cambiado el nombre para que no haya confusión y qué crees que podríamos hacer». Y yo dije: no sé, porque yo en ese momento estaba sin capital. Así que dije: «cualquier cosa que hagamos, hay una cosa segura, vosotros ponéis el dinero, porque yo no lo tengo». Y él dijo: «no te preocupes, nosotros seremos los socios capitalistas, tú serías el socio industrial y sólo hay que decidir qué hacemos». Yo le dije que me diera una idea y él me propuso que como a mí me gustaban los clásicos rusos, podíamos co-editar una colección de clásicos rusos a la que yo contribuiría con «Guerra y Paz», que la habíamos editado con gran éxito un tiempo antes (con gran éxito porque vender quince mil ejemplares de una novela de dos mil páginas es mucho vender) y a ello nos pusimos. Y así comenzó mi relación con ellos. Y la verdad es que me hizo pensar que no habían sido en vano todos los años que yo había invertido en esa editorial, porque de alguna manera había vuelto a ella. Y desde entonces somos muy amigos, hicimos esa co-edición de clásicos rusos, con ayuda del Ministerio… porque yo antes tenía influencia en el Ministerio, ahora ya no. Incluso antes, cuando estaba también el PP, con Luis Alberto de Cuenca, que era Secretario de Estado y tiene sensibilidad poética, literaria,…

[Y Mario procede a contar como gracias a Luis Alberto de Cuenca y al Ministerio de Cultura pudo pagar —seis mil euros, más setecientas mil pesetas que él ya había adelantado— a la persona que tradujo las dos mil páginas de Guerra y Paz para su editorial].

«Cuando fui a entregárselo, un día que quedamos a tomar el té… el té a la rusa, con el samovar, el vodka,… y ella me preguntó: “¿cuál es la noticia?” y yo le dije, la noticia, Lidia, es ésta y saqué el talón de un millón de pesetas… ella mira el talón, mira a la hija, mira el yerno y les muestra el cheque y les dice: «Ves, esto es un editor. Esto es un editor».

M.C: Hablas del Ministerio y aunque luego te voy a preguntar por el ebook y por los editores actuales, que sabemos que eres muy crítico, dinos la verdad: ¿qué hace más daño, el ebook o los Ministros de Cultura?

Ajuste de cuentos mario muchnik
Portada de “Ajuste de cuentos”

M.M: (Ríe) ¿Qué es peor: la peste negra o la peste bubónica? (Vuelve a reír) Es que hay Ministros… El Ministro de Ahora está haciendo mucho mal. Ya ha hecho mucho mal. Y el caso es que era simpático, cuando estaba en el programa de Concha García Campoy, en cuatro, sus intervenciones eran simpáticas, era muy osado, y uno podía estar de acuerdo con él. Y ahora, se destapa un verdadero fascista y uno no puede comprenderlo… como Ruiz Gallardón. Mientras estaba en la alcaldía parecía el hombre del porvenir en el Partido Popular, pero desde que está en el Gobierno sostiene las teorías más retrogradas que se pueden sostener y yo, francamente, me quedé muy decepcionado porque tenía esperanza con Gallardón, esperanza de que fuera el futuro Presidente del Gobierno, pero bueno… no me quiero meter en política. Nunca me metí en política. Tengo opiniones, pero… (suspira y ríe)

M.C: Enganchando con el tema de la política . Dices en «Ajuste de Cuentos» que una de las razones para no volver a Argentina era que frente a la macroeconomía boyante, siempre aparece un sustrato caciquil

M.M: Sí, sí.. te voy a decir. Esa parte nace de una larga polémica con un par de mis hijos, sobre todo con el que vive en Buenos Aires. Él está como loco porque vayamos a vivir allí. Y yo le digo: «¿Tú lo que necesitas es nuestra compañía? Porque no nunca me moví de país para ser la compañía de nadie. Yo me moví muchas veces de país por trabajo y tú eres testigo de que nos fuimos cuando tú naciste primero a Roma, luego a Londres, … pero siempre por trabajo». Y entonces… (Mario nos hace repetirle la pregunta). Ah, sí, pero es que el sustrato es el estrato. En Argentina hay una cosa que es maravillosa que es la gente. Yo hacía mucho que no iba y frente a mis recuerdos de la época del peronismo, cuando la gente era antipática, horrible, volví ahora y estaba en un apartamento de un bonito barrio, con mi mujer y había en la esquina un café que se llamaba Olivetti como la máquina de escribir y la decoración eran pósters de la Olivetti… el primer día nos recibieron ya muy educadamente: «¿dónde quieren sentarse? ¿qué van a tomar los señores?». Al día siguiente le digo a mi mujer: «¿Oye, dónde vamos?» Y ella dice: «al Olivetti, que se está muy bien». Y en cuanto entramos ya nos recibieron: «Hola Nicole, hola Mario, ¿cómo estáis?». Entonces, esa inmediata amistad, es maravillosa.
Yo he conocido muchas ciudades, he viajado mucho, pero la gente de Buenos Aires es quizás la que más me gusta. Y luego, en el 71 hice un viaje [viaje que se narra con detalle en «Ajuste de Cuentos»] por el interior del país hasta el Norte, casi con la frontera de Bolivia, que fue maravilloso. Ya estaban los militares, estaba el general de facto Lanusse, porque en ese país son todos de facto, ¿qué quieres que te diga? Me dijeron, «vente a hacer el país», pero yo no quiero para nada eso. Pero la gente es magnífica y eso es lo único que me atrae, aparte de que esté mi hijo con su mujer y mis nietos y el gato y el perro, que son los que más se alegran de verme (ríe). Ese calor humano que yo no recuerdo de otra ciudad. Pero la mafia tiene el poder, tiene la sartén por el mango. Y esas cosas que suceden, que hay once muertos porque no hay aprovisionamiento en los supermercados y entonces se saquea y todas esas cosas… es demasiado horrible. Yo ya lo viví en época de Perón y no quiero volver a ese país. Que por otra parte es el país que a mi padre le cerró la editorial, bueno, le echaron a patadas de su propia editorial, raptaron a mi primo y lo torturaron, que a mí no me dio trabajo cuando volví de Estados Unidos con mi título de física… así que me vine a Europa y no volví.

Tengo el privilegio de poder odiar al Che por razones bien fundadas: ¡me robó una novia!

M.C: Hablas de tu trabajo como físico. Decía Sabato (también argentino, también físico) que uno busca lo que no tiene, es decir, que él se dedicó a la física porque en el fondo era un alma romántica, perturbada, pasional… ¿también fue así en su caso?

M.M: Sí, sin duda. Sabato fue (busca las palabras) uno de mis educadores más importantes. A mí me dio el ejemplo para lo bueno y para lo malo. Juntos improvisábamos sketches para la gente cuando veraneábamos en Córdoba, en un lugar muy agradable, donde venían también los Córdoba Iturburu, los Guevara Lynch, que eran los padres del Che. Y una vez incluso pasó por allí el Che, que me robó una novia… A ver, yo no voy a hablar mal del Che, pero tengo derecho, en tanto que hombre, a criticarlo porque me robó una novia. ¿querés que te cuente?

Mario Muchnik
Mario Muchnik en su casa de Madrid

M.C: ¡Por supuesto!

M.M: Había un riacho que bajaba, que era el río los Chorrillos, y había varias piscinas que se formaban en zonas donde el agua bajaba más lenta. Había allí una pared de piedra y un amigo y yo nos subíamos, unos tres metros digamos, y nos tirábamos a la piscina para deslumbrar a la hermana del Che y a su prima que era la negrita Córdoba-Iturburu, de la que yo estaba perdidamente enamorado. Yo tenía catorce, ella diecisiete (ríe), pero esa es otra historia. El caso es que un día aparecieron dos muchachotes en una moto, suben tres veces más por la pared, diez o doce metros y se tiran limpiamente y se quedan hablando con las chicas. Y nosotros nos quedamos absolutamente mudos y yo ya no volví a saber nada más de aquella chica. Se fue con el Che. ¿Y qué le vas a hacer? Al menos, tengo el privilegio de poder odiar al Che por razones bien fundadas (ríe de nuevo)

M.C: Entonces: llegó la ciencia

M.M: Sí, sí. Yo tenía una vertiente de mis intereses que era la ciencia. Yo era muy bueno en todas las disciplinas científicas. Y miraba deslumbrado a Sabato, que era físico, que trabajaba en un observatorio astronómico y eso era justamente el año en que él estaba dejando la física para entrar en la literatura. Había publicado un libro que había merecido un premio municipal: «Uno y el Universo». Un libro que tiene mucho humor… aunque en el caso de Sabato el que más se ríe siempre de sus chistes es él. Pero yo lo quería mucho. Me enseñó muchas cosas… me daba lecciones de matemáticas y me hacía llorar, porque era muy severo. «Ay, Ernesto», le decía su mujer Matilde, «no seas tan riguroso con este chico». Y él decía: «Yo no soy riguroso, ¡las matemáticas lo son!». (ríe) En fin, que yo tenía capacidad para la ciencia, tenía una pequeña biblioteca de libros científicos,… recuerdo que tras la primera bomba atómica compré un libro con forma de álbum, que salió en Estados Unidos y se titulaba «un mundo o ninguno» (One world or none) y que estaba hecho por Einstein, Russell y otros físicos, filósofos, etc. Ellos decían que la única salida era un gobierno mundial, que es lo que esperaban de la ONU, pero ya ves… qué te voy a contar. Bueno y así comenzó ese interés por lo científico, en parte por admiración precisamente hacia Sabato…

M.C: Volviendo a «Ajuste de Cuentos»: de todos los libros que has escrito de memorias, ¿es el más personal?

M.M: Sí. Sin duda.

M.C: ¿Y qué ha tenido de distinto escribirlo?

M.M: Escribirlo me ha llevado más tiempo, claro. Está lleno de puntos delicados. Cuando yo digo «primer amor», y me refiero a Buenos Aires (hace una pausa y piensa). Esas cosas que se dicen de una ciudad, yo no quiero polemizar con nadie. Mi filosofía hoy por hoy es otra. Cuando llegué a los sesenta dije: yo a partir de ahora voy a decir las cosas con nombre y apellidos. Fulanito hizo tal cosa y éste tal otra… no sirvió para nada, obviamente. Así que a los ochenta cambié el chip y dije: a partir de ahora no me voy a cabrear con nadie. Lo que quiero, entonces, es de esta tradición judía y cristiana de la que provengo (porque para mí el judaísmo es Woody Allen, ahí empieza y ahí termina) rescatar una y sólo una cosa: amaos los unos a los otros. Mira, ¡qué mundo viviríamos si así fuera! Sólo si la mitad de las acciones humanas consistieran en amarse los unos a los otros, pero no se da así. Y entonces… el tiempo que uno pasa en la discusión, la tertulia, los gritos, la vanidad, … es tiempo perdido

M.C: La vanidad: ¿en los escritores?

M.M: (ríe) No, no. Lo peor no son los autores (título de uno de sus libros) Los autores quieren salir siempre en la foto. Pero…

M.C: Lo peor son los grandes editores

M.M:Ellos, o los bancos, o los agentes… Ya no sé. Un montón de gente que pone el palo entre las ruedas y que no deja que las cosas se hagan. Una vez caminando por el Bulevar Saint-Germain un editor me dijo: «Mario, lo que usted no ha comprendido todavía es que nosotros, los editores, al menos en Francia… »(hace una pausa). Era el señor Rombaldi, que aunque de apellido italiano fue un gran editor francés. Creó el Club del libro femenino: novelas, escritos para mujeres… y le fue muy bien. Murió joven, una lástima. Lo quería mucho. Siempre lo visitaba cuando iba a París… Y fue el quien me dijo eso: «Mario, lo que usted no ha comprendido todavía es que nosotros, los editores, al menos en Francia nos causa mayor satisfacción el fracaso de un colega que el propio éxito». Es terrible, es una frase terrible. Yo le dije: «pero está exagerando, señor Rombaldi». Y él se detuvo… me acuerdo que era frente a una casa que fabricaba y vendía paraguas… y me miró y me dijo: «no exagero». Y me contó tres o cuatro anécdotas para ilustrar eso: cómo goza el editor francés más viendo a otro que fracasa en sus planes que viendo un libro propio triunfar. ¡Eso ya es peor que ser autor! Pero peor que eso: las agencias.

Como editor yo creo que el ebook es un invento maravilloso, pero que estos bobos no han descubierto aún para qué sirve

M.C: ¿Cuándo se tuerce todo?

M.M: Yo creo que la situación actual de la edición, que es muy muy mala, empieza en los años setenta, que son los años en que las agencias comienzan a negociar derechos millonarios. Millonarios en dólares. Yo recuerdo que un año, una semana antes de la feria de Frankfurt, recibo la llamada de un agente que me pide vernos allí, lo que era muy raro porque normalmente uno iba visitando stands,… pero él me pidió vernos y cerramos una fecha y una hora. Quedamos a las nueve de la mañana (pone cara de hora impropia). Pero quedamos en su stand. Era un editor asociado a una radio que se llamaba Europe 1. Y quedamos y me ofreció dos libros, dos autobiografías, una era de Vilallonga y la otra era de… no recuerdo, un personaje internacional importante. Yo entonces trabajaba ya con Anaya. Le pregunté: «¿Cuánto pides?» Y me dijo: «La de Vilallonga es barata, no le voy a pedir mucho: diez millones de pesetas». Yo lo miro y pregunto: «¿Y por el otro?». «No, el otro es un poco más caro, pero tampoco vaya a creer que mucho: cincuenta millones de pesetas ». Yo le miré y dije: «mire, aprecio mucho lo que usted hace, sus libros, su trabajo, pero le voy a decir una cosa: ni las memorias de Dios valen cincuenta millones de pesetas».
Luego se lo conté a Germán Sánchez (Ruipérez, editor de Anaya) que andaba por ahí, viendo stands, aunque no hablaba nada de francés ni de inglés… era peor que la Botella… (se ríe) y conste que yo comí en la Moncloa una vez y ella estuvo muy simpática conmigo (menea la cabeza). Yo no tengo nada en contra de la gente… (ríe de nuevo). El otro es un poco presuntuoso, pero bueno… con ese bigotillo así a lo Chaplin está hasta gracioso. En fin, allí andaba como un alma perdida Germán, tratando de comunicarse con alguien… Una vez alguien le dijo: «oh, Monsieur Ruiperez, comment allez-vous?». Y él respondió: «merci,, garçon; merci garçon..». ¡Gracias camarero! ¡Gracias camarero! ¡Y el otro era un importante editor…! (ríe) El caso es que se lo conté a Germán y se llevó las manos a la cabeza también. Era un hombre razonable… Es decir, que a partir de los setenta la edición enferma, gravemente. Y llega al punto en que estamos hoy en el que hay una parte de la lectura que se hace en pantalla. En Estados Unidos dicen que ya es el 20%, aquí es sólo el 5%, que yo sepa. .. (pone cara de disgusto)

M.C: Pero tan malo es libro electrónico… no como usuario, sino para las editoriales

M.M: Como editor yo creo que el ebook es un invento maravilloso, pero que estos bobos no han descubierto aún para qué sirve. El libro electrónico sirve para dos cosas. Una es para los periodistas, que tienen toda la información (libros, periódicos, diccionarios, …) al alcance de la mano. Y la segunda, que para mí es mucho más importante: evitar que los chicos vayan a la escuela con un cargamento de libros que supone casi la mitad de su peso. Eso es terrible. Diez kilos en libros, en vez de llevar en el bolsillo del abrigo un libro electrónico y con eso tener todo lo que les hace falta. Y si necesitan tomar nota, pues en un cuaderno o en la propia tablet, pero ya está. Y para eso sí sirve el ebook o la tableta.

M.C: Y en el caso de la literatura: ¿No puede ser el ebook, puesto a buen precio, una buena forma de dar a conocer la marca en el caso de las editoriales pequeñas?

M.M: Mira, cuanto más se nombre la marca y cuanto más canales se utilice mejor. Ahora, no sé si es mejor para la literatura. Lo que sí te puedo decir es que un libro como éste (toma uno que nosotros hemos dejado encima de la mesa) no lo puedo leer en pantalla. Porque muy rápidamente me canso, se me cansan los ojos. Y yo leo mucho, sobre todo desde que… bueno, dejemos de lado mis “pupas”.

M.C: El asunto Turgueiev

M.M: Sí, sí (ríe). Cuatro días en La Paz por culpa de una mala edición de Turgueiev. ¡Y luego más cosas! Me operaron del corazón unas cinco veces. Tengo un triple bypass. Una cicatriz… yo la llamo «el puente más largo de la China».

M.C: Entonces, como lector: ni arrimarse al ebook

M.M: No, yo no puedo leer «Guerra y Paz» en una pantalla, hombre. Que caben quinientos libros, mil. Sí, pero ¿cuándo me voy a llevar yo de vacaciones quinientos libros? Si tengo que consultar algo, pues lo dejo para después de vacaciones o si no me llevo un pequeño diccionario, si estoy leyendo algo en inglés, pero me llevo un libro, dos, … pero quinientos libros. Sobre todo porque desde hace unos años, como dice El Roto, lo tengo ahí enmarcado: «este año hemos mandado nuestros problemas de vacaciones y nosotros nos hemos quedado en casa».  ¡Y se está divinamente!

M.C: Uno de los peligros de llevarse quinientos libros, ¿sería el de no discriminar? Como si tienes 300.000 canciones en un disco duro, que nunca vas a poder escuchar todas

M.M: Claro. Tú entras en una librería y la oferta es tan amplia que no sabes ya por dónde empezar. Hace unos años los editores editaban mucho menos. Yo nunca he editado más de veinte o veinticinco libros por año, pero por ejemplo Anagrama hace tiempo que edita cerca de 80 libros por año y Anaya mil doscientos. Entonces, imagínate Planeta… Y todo eso llega a las librerías, y la mayor parte son libros basura. Eso lo admiten los editores mismos. Son libros basura. Y entonces a mí me da ya hasta miedo entrar en una librería porque es como entrar en una armería, me veo rodeado de cosas de las que no entiendo nada. Están allí todos los traidores…Mira, tengo un libro dedicado por Juan Rulfo. Yo le di el libro y le dije: «¿Me lo dedicas?». Y él respondió: «No. Porque no es mío». «¿Cómo que no? ¿Qué quieres decir?». «Es un libro de entrevistas que me hicieron, que pone ahí “Juan Rulfo, para cuando yo me ausente”, pero él no quería que ese libro se publicase. Entonces yo le pedí que en vez de firmármelo, me lo desautorizase y él me dijo: «eso sí». Y me hizo una dedicatoria: «este libro hecho por un dizque editor a un verdadero amigo que edita sin trampas» o algo así.
El caso es que no me gusta leer en pantalla. El mundo está lleno de gente que le gusta leer en pantalla, pero a mí no. Ya me cuesta leer libros en papel escritos en cuerpo ocho o nueve, algunos que me mandan,… O sea, que en pantalla menos. Además, tengo un experimento hecho de lectura de pruebas en pantalla, tras la cual yo decidí que mis correctores iban a leer siempre en papel y no en pantalla. Y es que cuatro veces leí en pantalla una página y las cuatro veces no vi una errata.

Hoy todos los nichos están ocupados. Todos. Yo lo que sí creo que pueden hacer las pequeñas editoriales es otra cosa: tiradas cortas

M.C: ¿Una solución para las pequeñas editoriales, en medio de la masificación de la que hablabas, podría ser la de convertirse en prescriptoras de un tipo de literatura determinado, ocupar un nicho muy marcado?

M.M: Mira, hoy todos los nichos están ocupados. Todos. Yo lo que sí creo que pueden hacer las pequeñas editoriales es otra cosa: tiradas cortas. Hay un tipo de edición que es el ideal para explorar. Y que si uno va viendo que funciona, luego le permite hacer una tirada más larga. Y es la edición corta o edición a pedido, bajo demanda. La edición a pedido te permite hacer un ejemplar o máximo cuatrocientos, porque después el offset ya es más conveniente. Pero este tipo de edición te permite enviar ejemplares de un libro a una librería sólo cuando ésta los pida.
Por ejemplo, la librería necesita tres ejemplares. El editor manda un programa a la librería que permite imprimir sólo tres ejemplares. La librería, con su propia máquina, los imprime y se los da al lector interesado o a la otra librería que se los ha pedido. Y luego el programa se borra y ya no se puede imprimir más. Este tipo de edición es, para mí, la punta de lanza de la nueva tecnología.

M.C: Ahora que estamos aquí conversando. El de la conversación es un recurso que en todos tus libros de memorias utilizas mucho. Conversaciones, sospechamos, inventadas en muchos casos

M.M: Casi todas son imaginadas. Incluso cosas que no son imaginadas yo las vuelvo imaginarias, porque les introduzco conversaciones que nunca tuvieron lugar. A mí me gusta el teatro (aunque no me gusta leer teatro) y me gusta imaginarme las escenas, crearlas, levantarlas en mi cabeza. La autobiografía yo la veo como un pretexto. Yo no soy un escritor, aunque haya gente que me haga unos piropos, ¡que para qué te voy a contar! Hace poco en un homenaje en la Casa de América, Carmen Iglesias… fue como si presentara a don Miguel de Cervantes. Yo le dije, se te fue la mano. Pero bueno… me gusta montar escenas, e intento visualizar cosas que las tengo en la cabeza, pero que no me entraron por los ojos. A mí me gusta inventar y mis memorias están llenas de invento, aunque sean inventos que son verdad. Pero ninguno es un invento con el que trate de ganarme la simpatía de nadie. Invento y escribo porque me divierte. Escribir es una diversión. Ante todo es una diversión. Yo lo tomo como un juego maravilloso, como si uno soplara en un tubo y en lugar de salir la flechita, la flechita volviera… no sé cómo explicarlo.

M.C: ¿Y con ese placer por imaginar, no te ha picado nunca el gusanillo de la ficción?

M.M: (Ríe) Una vez escribí una novela, la tengo por ahí. Imagínate mi presunción de ponerme a escribir una novela, yo, que nunca escribí un cuento. Ni siquiera cuando estaba en la escuela. La novela se llamaba Don Giovanni o algo así. Era la historia del regreso de don Giovanni y el comendador, al que él mata, desde el infierno a visitar la tierra. Y entonces me invento situaciones que quieren ser divertidas… o no. Más bien no. Es una lata ese libro, es demasiado largo y además es demasiado bondadoso. ¿sabes? Yo no tengo esa cosa que tiene el gran escritor que es capaz de escribir Pedro y el lobo y enamorarse de Pedro y del lobo. ¿Entiendes? Eso es lo que sabe hacer, por ejemplo, Javier Reverte en sus libros o Mario Vargas Llosa sabe hacer eso muy bien. Javier te lleva al corazón de África, a un lugar terrible, donde le cortan los huevos a la gente y esas cosas… y hay que ser un poco malo para contar esas cosas, hay que tener un poco de oscuridad en el alma y yo no la tengo. Y entonces soy un buenazo, pero no valgo un pito como novelista. Y no quiero volver a meter la pata. Así que esa novela nunca será publicada. Morirá conmigo. Ya está muerta. Tengo que enterrarla solamente.

Y así seguimos hablando de las grandes novelas y aparece en la conversación Montero Glez., que para él es, dice, el mejor escritor de posguerra, aunque, añade, nadie se le reconocerá jamás. Y habla de su libro «Manteca Colorá», que él editó. Y hablamos del profesor Pedro Sorela (escritor, maestro en la Complutense y gran amigo de Mario Muchnik) y la grabadora se apaga porque ya hemos consumido casi dos horas de charla/entrevista y es la hora de comer y Mario parece cansado aunque él, asegura, podría seguir horas hablando, como buen  «varón rampante».

Descárgate en PDF la entrevista con Mario Muchnik

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