Albertine, de Anne Carson

Quién mejor que un poeta (el Rimbaud que escribe “el yo es otro”) para retratar a los lectores de novela, que gustamos de vivir dentro de la piel de los personajes, al menos el tiempo que dura la narración. Nadie mejor que una poeta, Anne Carson (Toronto, 1950), para reivindicar a un novelista, Marcel Proust (1871 – 1922), en un poemario: Albertine (Vaso Roto ediciones, 2016). Comparte la autora canadiense con el francés no sólo la afición por los juegos de palabras, sino también el fraseo hipnótico que se despliega inquisitivo a través de la página para dramatizar tanto las direcciones como las indirecciones del deseo.

“El nombre de Albertine no es un nombre común para una muchacha en Francia, aunque Albert se usa con frecuencia para un muchacho”. La voz de Carson, como la de Proust, invita a la interpretación y a la vez se resiste a ella. La de ambos, como la de Albertine, la protagonista del segundo volumen de la serie narrativa En busca del tiempo perdido (1913-1927), se compone de las muchas chicas diferentes que resultan compartir el mismo nombre. Unas veces el daguerrotipo es hosco, otras radiante y sensual; la mirada del francés se detiene en la rosada punta de la nariz felina; sus ojos se deslizan por las mejillas de la amante como si fueran la superficie de una miniatura. La cordura de Marcel depende de Albertine, por lo que acaba perdiendo el control sobre sí mismo: “Albertine miente tanto y tan mal que Marcel cae en el juego. Él también miente”.

Como podemos comprobar, la traducción al castellano del poeta Jorge Esquinca (México DF, 1957), del original inglés, comparte un ADN imaginativo que se anuncia a sí mismo en cada nivel de escritura, a partir de ecos que se ondulan en unas páginas que cambian en función de quién las lee, cuándo y por qué: “Albertine guarda todas sus cartas en el bolsillo del kimono que, justo antes de dormirse, arroja despreocupadamente sobre una silla en el cuarto de Marcel. La verdad acerca de Albertine está así de cerca. Marcel no investiga. El conocimiento de otra persona es así de insoportable”. Su versión de Anne Carson mantiene los pies sobre la tierra y la Albertine que emerge de ellas es una mujer terrenal, un personaje de nuestro tiempo, que oscila entre lo noble y lo rebuscado, lo arcaico y lo meramente kitsch.

Surge de este poemario “una de esas fotografías que apenas despiertan un pasivo interés y luego se olvidan; como dice Barthes, una fotografía sin fisuras en la superficie, sin punctum para atraparte y perturbarte”. Al imaginar lo que sería escribir como otra persona, Proust descubrió lo que era escribir con voz propia. El compromiso del francés, al igual que el de la autora de Decreación (Vaso Roto, 2015. Traducción de Jeannette L. Clariond), es con la variedad del mundo; con una voz única que nos permita recuperar el tiempo perdido. Esta versión es un trabajo bien hecho; el de Anne Carson, un acto de amor.

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