La trilogía bananera de Miguel Ángel Asturias

Dentro del llamado Boom latinoamericano había una serie de nombres periféricos que, bien por haber nacido antes, bien por su mayor complejidad técnica nunca alcanzaron el gran éxito de los autores centrales de la corriente (tan comercial como literaria); uno de esos nombres sería Miguel Ángel Asturias. Y es que por más sorprendente que pueda parecer hablar de poco éxito al hablar de alguien que llegó a ganar el Premio Nobel, ¿cuántos leen hoy a Asturias? ¿Cuántos lectores españoles han puesto sus manos sobre, por ejemplo, “El Señor Presidente”, o sobre alguno de los tres tomos de esta “Trilogía bananera”?

Drácena recupera, pues, con acierto tres títulos imprescindibles de un autor a reivindicar, entre otras cosas, porque sus obras son imprescindibles para comprender mucho de lo que todavía hoy está ocurriendo en Latinoamérica.

La trilogía bananera está conformada por tres libros: “Viento fuerte”, “El papa Verde” y “Los ojos de los enterrados”.  Escritos a lo largo de una década, estos tres textos buscan reflejar, de un modo coral, la vida colectiva en la Guatemala rural sometida al poder de la norteamericana United Fruit Company.

Esta compañía bananera, un estado dentro del estado, compraba voluntades o las doblegaba mediante la violencia y el asesinato, recibía subvenciones, conseguía que se expropiaran tierras que luego se le vendían a precio de saldo y un largo etcétera de tropelías, corruptelas y crímenes que Asturias relata y detalla a lo largo de estas tres obras.

En “Viento Fuerte” asistimos a la lenta conversión de Guatemala en una sucursal de la United Fruit Company: los trabajadores son primero explotados en la construcción de infraestructuras y después desposeídos poco a poco de sus tierras (o arrinconados en ellas) todas las cuales han de ser puestas al servicio de la compañía estadounidense. Sólo un idealista, Lester Stone, trata de luchar por sus derechos.

“El Papa Verde” es el nudo de la trama. En este libro asistimos a la consolidación y expansión de la United. Vemos, por ejemplo, como las infraestructuras del país se ponen a su servicio, cubriendo rutas que interesan a la compañía o cediéndole la construcción de ésta a la propia compañía que emplea una mano de obra no ya barata, sino prácticamente esclava. Los trabajadores mueren de manera continua bajo la coartada del progreso y de la prosperidad. La analogía con la actualidad, cuando muchos abogan por salvar las cuentas macroeconómicas aun a costa de la vida de cientos o miles de ciudadanos, es evidente.

Este segundo libro nos cuenta también como Guatemala se convirtió en un país sometido al monocultivo, a la producción de una fruta que se producía en tierras de la compañía, se trasladaba por infraestructuras de la compañía, se embarcaba en la flota de la compañía y era vendida por ésta en los Estados Unidos. En Guatemala sólo quedaban unos sueldos de miseria y los cadáveres.

“Los ojos de los enterrados”, el tercer libro, concluye la trilogía narrando las revoluciones, fracasadas o triunfantes, del pueblo de Guatemala contra sus tiranos comerciales y políticos: el fracaso de la huelga de los trabajadores en Izabal, la expansión de la revolución a las plantaciones de Tiquisate y la caída del general Jorge Ubico en julio de 1944 en lo que se ha llamado en la Historia “la revolución de octubre”.

El título hace referencia a la mitología del país, según la cual los muertos sólo pueden cerrar los ojos cuando en la tierra hay justicia, por lo que durante mucho tiempo han estado yaciendo con los ojos abiertos.

¿Cuál es el problema, pues, a la hora de enfrentar esta trilogía? Quizás que el estilo de escritura, neobarroco, lleno de localismos, de un lirismo simbólico no siempre comprensible puede echar para atrás a un buen número de lectores.

Con todo, hay que agradecer a Asturias ese afán por no sucumbir a los cantos de sirena de la época que abogaban porque la denuncia social, en literatura, debía llevarse a cabo sin ninguna innovación formal, sometiendo todo en la obra a los dictados del realismo social. Puede que la obra de Asturias sea, todavía hoy, difícil de seguir, pero al menos ha envejecido con enorme dignidad y no es, desde luego, un panfleto.

Por otro lado, su influencia en los demás autores del boom es innegable. Hay escenas en “Cien años de soledad” (recordemos las huelgas, el tren lleno de muertos, el omnímodo poder de los caciques y las compañías bananeras) que parecen claramente deudoras del trabajo de Asturias. En Perú la obra de otro de esos periférico del Boom, Manuel Scorza, también parece claramente influenciada por Asturias, en especial su serie de cinco novelas conocida como “La guerra del silencio” donde tanto la temática (en este caso los problemas agrícolas son sustituidos por los abusos sobre los ganaderos) como el estilo parecen beber del autor guatemalteco. Y en general, eso que se dio en llamar “El realismo mágico” no hubiera existido, o no con tanta calidad, sin la cosmovisión, de origen maya, que Asturias fundió con su cultura occidental y sus audacias estructurales y formales, procedentes en su caso más de Joyce que de Faulkner.

Tres libros, en suma, arriesgados, de una prosa poderosa y de una inteligencia moral indudable.

 

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