Tiempos de Hielo, de Fred Vargas

Reseñamos la última novela de Fred Vargas, publicada por Siruela

Una novela que como todas y cada una de las novelas escritas por esta arqueóloga viene precedida por su fama mundial – más de cinco millones de personas leen sus libros en 35 países – y por numerosos premios que la acreditan como una de las autoras más vendidas de la novela policiaca francesa.

Durante más de veinte años ha trabajado como investigadora en el campo de la arqueozoología mientras aprovechaba sus vacaciones para dedicarse a su hobby favorito: escribir novelas policiacas. En sus primeras obras, sus protagonistas son los tres Evangelistas- Marc, Mathias y Lucien, tres jóvenes historiadores que viven en un viejo caserón- y que se ven obligados a  desentrañar curiosos asesinatos. Sin embargo el grueso de su obra gira en torno al universo del comisario Adamsberg, de la Brigada Criminal de París y del comandante Danglard, el primero una persona intuitiva con gran facilidad para abstraerse y el segundo un pozo de conocimientos. Ellos son los que en “Tiempos de hielo” habrán de enfrentarse a una serie de enigmáticos suicidios. Naturalmente, tras estos aparentes suicidios se encuentra la mano del asesino.

 En esta ocasión, Fred Vargas, nos sumerge en la Revolución Francesa, con personajes como Danton, Fouché o Robespierre, en una trama histórica que marcha en paralelo con otra más digna de la medicina forense: la de los asesinatos cometidos diez años atrás en la zona más septentrional de Islandia, la pequeña isla de Grímsey, en donde un grupo de personas se quedan aisladas por la bruma durante unos días y terminan practicando la antropofagia.

Por la novela desfila todo tipo de personajes, desde un vulcanólogo, hasta un especialista de pingüinos emperador, un investigador de emulsiones de anhídrido carbónico en la atmósfera, un legionario cabeza rapada, unos hermanos rescatados de un orfanato, una bella mujer y los miembros de la Asociación de Estudios de los Escritos de Maximilien Robespierre, que reproducen los discursos y conductas de los matarifes de la Revolución Francesa mientras el asesino se enmascara entre ellos.

Relacionar los sucesos ocurridos en el Círculo Polar Ártico, entre unos cuantos antropófagos, y los asesinatos que se derivan de determinadas proyecciones mentales, de quienes creen ser y comportarse como los revolucionarios franceses,  guillotinando a todo ciudadano que caiga bajo las garras de los guardianes de la pureza revolucionaria, exige a la autora no solamente una maestría sin límites sino, sobre todo, el tener la certeza de que haga lo que haga, escriba lo que escriba o construya las tramas más inverosímiles, existe un mercado de lectores capaces de tragarse todo aquello que lleve la firma de Fred Vargas.

Si a ello le añadimos que la Brigada Criminal de París, que encabezan el comisario Adamsberg y el comandante Danglard, es lo más parecido a una reunión de doctos catedráticos y sesudos estudiosos de Cicerón o Rabelais, personajes eruditos y delicados, que han de desentrañar el más complicado de los crímenes, no es de extrañar el clima de irrealidad que se respira a lo largo de esta novela de trama enrevesada que obliga al comisario Adamsberg a estar con un pie en el Circulo Polar Ártico y con el otro en las representaciones de los amantes de Robespierre, en París.

Es una lástima que aquella niña, Frédériquer Audoin-Rouzeau, nacida en París en 1957, hija del escritor surrealista, Philippe Audoin, que creció rodeada de intelectuales que frecuentaban su casa, y a quien su padre obligaba a leer a los clásicos de los siglos XVII y XIX, se inclinara por la literatura policiaca para terminar convirtiéndose en Fred Vargas.

Sus conocimientos de arqueozoología e historia aparecen constantemente en su obra. Desgraciadamente también esos personajes insustanciales y artificiosos, de cartón piedra,  que deambulan por la trama como perdidos, más dignos del Premio Príncipe de Asturias  que de formar parte del género policiaco.

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