De qué hablamos cuando hablamos de Memoria

Las ruinas de Palmira ocultan doblemente a las víctimas: las de su construcción y las que ahora mueren a manos de ISIS

Hace unas semanas, en pleno boom de la noticia, ya quise escribir sobre esto, pero lo dejé pasar, tal vez por pereza. Finalmente, ha sido un texto de Yayo Aznar Almazán el que me ha dado el último empujón, el que me ha hecho sentarme a escribir.

Dice esta profesora universitaria en uno de los textos del libro Prácticas Artísticas Contemporáneas (Ramón Areces, 2015): “Cuando últimamente leemos cómo en los periódicos todo el mundo se rasga las vestiduras por la pérdida del patrimonio de Palmira, Bagdad o Alepo, mientras miles de personas son víctimas de la misma guerra, no podemos dejar de pensar en cómo se protegió ese retrato de mujer”. Se refiere a un cuadro de Picasso que viajó hasta Ramala envuelto en unas medidas de seguridad de las que, por supuesto, no disfruta ningún palestino. Pero el comentario se inserta, en sí, en el más amplio debate sobre la Memoria y la Historia y el papel del arte como agente que oscila entre ambas.

Por resumir, podríamos decir que éste debate se basa en la idea, procedente de Benjamin, de que mientras que la Historia es un discurso oficializado, institucional, creado por los vencedores, la Memoria es un discurso más cercano, afectivo, que centra su interés en los olvidados por la Historia y que, sobre todo, no trabaja desde la nostalgia (no trata el pasado como un hecho sucedido y aislado) sino desde el puro presente: ve el pasado como el lugar donde sucedieron unos hechos de suma importancia para el ahora.

Como dice la propia Yayo Aznar en el libro mencionado: “Frente al historicismo, que cierra el tiempo y lo sitúa en un ámbito diferente al presente, para Benjamin el pasado está aquí, ahora, y no sólo en un sentido metafórico sino en un sentido tan literal como radical, como un objeto que se sitúa en medio de nuestro camino y que, por lo tanto, requiere una acción. Y Benjamin desconfía de la historia oficial, la que nos han contado, la de los vencedores, la que sólo puede contarse ensombreciendo a los vencidos: una historia heredada, construida sobre las tumbas de los olvidados”.

Pues bien, lejos de la Memoria, la Historia que hemos heredado sobre las ruinas de Palmira y que durante semanas repitieron los medios de comunicación (aunque fuera como estructura latente, nunca de un modo explícito) es una Historia de los vencedores.

Dicho de otro modo: resulta triste observar cómo el foco de la noticia se pone en la destrucción de un patrimonio histórico que oculta doblemente a las víctimas de la Historia, a los vencidos del pasado y del presente. Pues las ruinas de Palmira ocultan, en primer lugar, la Historia de todos aquellos (esclavos, asalariados, presos…) que participaron en su construcción y que, como ocurre siempre con los grandes monumentos, quedan aplastados por la seductora e imponente vista de lo construido: pensemos en las pirámides, en las grandes catedrales, en los acueductos… ¿qué sabemos de quiénes los construyeron? No sólo no conocemos sus nombres, sino que ni siquiera conocemos bien cómo vivían, dónde, a qué se dedicaban, etc.

Pero es que además, y como señalaba Yayo Aznar, el rasgarse las vestiduras al conocer la posible destrucción de las ruinas de Palmira ha ocultado a las víctimas del conflicto actual. Ya no se trata de una ocultación histórica, fruto de una ya irremediable falta de documentación sobre los olvidados de la Historia, se trata de que nuestra “historia viva”, por llamar así al periodismo, es decir, los mecanismos que seguimos empleando para contarnos el “ahora” sigue discriminando a los vencidos y centrándose, sobre todo, en la historia de los vencedores. La única que parece con derecho a escribirse con mayúsculas: la Historia.

De nuevo, por decirlo de otro modo: parece que lo que más preocupa al lector occidental de periódicos es la posibilidad de que el mundo se quede sin esas ruinas… y que por lo tanto él no pueda ir a visitarlas y maravillarse con ellas en un futuro, cuando la guerra haya pasado. De las víctimas que mientras tanto empiedren el camino hacia esas ruinas no parece acordarse nadie. Ni hoy ni nunca.

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