henry miller

Una pesadilla con aire acondicionado

Navona publica esta obra de Henry Miller hasta ahora inédita en España

Y permanecía inédita pese a ser una de las obras de las que Miller más satisfecho estaba —lo que no quita que en una carta a Durrell al poco de haberlo terminado asumiera que no iba a encontrar editor para el trabajo.

Había, claro, razones para el pesimismo de Miller. Publicado en 1945, mucho antes de que Kerouac lanzara su “On the road” —con el que guarda algunas similitudes, como en general la guarda casi toda la obra de Kerouac con la de Miller—, este libro desestructurado, pesimista con respecto al futuro de Estados Unidos, marcado por el surrealismo y la religiones orientales, se sostenía, literalmente, sobre la nada. Porque nada se había hecho antes en Estados Unidos que fuera similar.

Veamos ahora si al desempleado se le da trabajo y al pobre, vestido, casa y alimento; veamos si el rico será despojado de su botín y obligado a soportar las privaciones y sufrimientos del ciudadano corriente; veamos si todos los trabajadores de América, sin importar su clase social, habilidad o capacitación, pueden ser persuadidos para aceptar el mismo salario; veamos si el pueblo puede expresar sus deseos de manera directa, sin la intercesión, la tergiversación y la incompetencia de los políticos; veamos si somos capaces de crear una auténtica democracia en vez de la farsa que finalmente hemos de defender

Los antecedentes en cuanto a ideas se refiere —y también en cuanto a vitalidad— habría que rastrearlos en R.W. Emerson, en Hamsun y hasta en London, pero en Miller, y de manera marcada en esta obra, las ideas aparecen siempre más deslavazadas, expuestas no de manera ensayística ni a través de una parábola, sino al socaire de los acontecimientos y de la pasión que estos despiertan en el escritor.

No estamos, en cualquier caso, ante una obra mayor de Miller, en nuestra opinión —No es “Sexus”, no son los trópicos—, sino ante un cuaderno de viaje con momentos acertados como todo el primer capítulo —“¡Buenas noticias!¡Dios es amor!”— o los momentos en que Miller, echando mano de su fantasía, comienza a imaginar escenas imposibles, tal y como sucede en los capítulos “Velada en Hollywood” o “Stieglitz y Marin”.

La excusa para la narración, en este caso, es un viaje de costa a costa realizado por Miller y un compañero para conocer mejor el país del que había huido años atrás por las razones que narraría después en “La crucifixión rosa”. Y durante el camino hay tiempo para todo, desde visitas a artistas hasta diatribas contra el país y su población, bacanales surrealistas y mucho más.

Al otro lado del océano se sientan en el cielo y distribuyen muerte y destrucción indiscriminadamente. Nosotros no hacemos eso aún, aún no, pero estamos a cargo de suministrar los mencionados instrumentos de destrucción. A veces, en nuestra codicia, los suministramos al bando equivocado […]. Por supuesto, si nosotros no los destruimos ellos nos destruirán a nosotros. Eso es lógico: nadie puede cuestionarlo. Eso es lógica política y por ella vivimos y morimos

La visión de Miller es siempre profunda, filosófica, a contracorriente. Algunas de sus palabras podrían haber sido pronunciadas hoy mismo, pues su validez es total. Por ejemplo, cuando Miller dice: “Veamos ahora si al desempleado se le da trabajo y al pobre, vestido, casa y alimento; veamos si el rico será despojado de su botín y obligado a soportar las privaciones y sufrimientos del ciudadano corriente; veamos si todos los trabajadores de América, sin importar su clase social, habilidad o capacitación, pueden ser persuadidos para aceptar el mismo salario; veamos si el pueblo puede expresar sus deseos de manera directa, sin la intercesión, la tergiversación y la incompetencia de los políticos; veamos si somos capaces de crear una auténtica democracia en vez de la farsa que finalmente hemos de defender”.

O un poco más adelante (recordemos el año: 1945): “Al otro lado del océano se sientan en el cielo y distribuyen muerte y destrucción indiscriminadamente. Nosotros no hacemos eso aún, aún no, pero estamos a cargo de suministrar los mencionados instrumentos de destrucción. A veces, en nuestra codicia, los suministramos al bando equivocado […]. Por supuesto, si nosotros no los destruimos ellos nos destruirán a nosotros. Eso es lógico: nadie puede cuestionarlo. Eso es lógica política y por ella vivimos y morimos”.

Padre de la Alt Lit

Hay una línea —algunos temas— que une a Miller con algunos de los nombres de la nueva literatura agrupados en torno al fenómeno llamado Alt Lit y que atravesaría también por cimas como el ya citado Kerouac, Kennedy Toole o David Foster Wallace. Aunque si he de ser sincero, veo una diferencia fundamental entre los nuevos escritores de la Alt Lit y aquellos popes. Mi idea se puede describir utilizando unas palabras del propio Miller recogidas en “Una pesadilla con aire acondicionado”:

“Pero hay una clase de hombres robustos, lo bastante pasados de moda como para seguir siendo individuos resistentes, abiertamente desdeñosos de la corriente general, apasionadamente devotos de su trabajo, imposibles de sobornar o seducir, que trabajan largas horas, a menudo sin recompensa ni reconocimiento, motivados por un impulso común: el deleite de hacer lo que les place […]. No buscan prevalecer sino realizarse. Actúan desde un centro que está en reposo. Se desarrollan, crecen, proporcionan alimento sólo con ser lo que son”.

Con honestidad, cuesta ver en todos esos escritores de treinta años que manifiestan estar al margen del sistema —pero publican en grandes editoriales y se pasan el día promocionándose— el espíritu arriba señalado por Miller y que él mismo tan bien representaba.

Nuestro mundo es un mundo de cosas. Está hecho de comodidades y lujos, o del ansia de tenerlos. Lo que más tememos, al afrontar la inminente debacle, es que nos veamos obligados a abandonar nuestros juguetes, nuestros cacharros, todas las pequeñas comodidades que tanto incomodan […] no somos almas en paz; somos petulantes, tímidos, flojos y timoratos

Sí se ve, en cualquier caso, su influencia en alguno de los temas. El principal: la crítica al modus vivendi norteamericano. Escribe Miller:

“Nuestro mundo es un mundo de cosas. Está hecho de comodidades y lujos, o del ansia de tenerlos. Lo que más tememos, al afrontar la inminente debacle, es que nos veamos obligados a abandonar nuestros juguetes, nuestros cacharros, todas las pequeñas comodidades que tanto incomodan […] no somos almas en paz; somos petulantes, tímidos, flojos y timoratos”.

La verdad es que tantos años de críticas al sueño americano —que sin embargo ahí sigue: cada vez más materialista, más industrial, menos espiritual—, desde London y Miller hasta Foster Wallace, Pynchon y la Alt Lit, recuerdan a aquel escrito babilónico del 4.000 antes de Cristo en el que un literato agorero señalaba que las malas costumbres de la juventud anunciaban claramente que el fin de la civilización y del mundo estaban cerca. Es decir, que parece una constante la crítica a este sistema que, por lo demás —y aunque nos pese— parece decidido a sobrevivir todavía unos cuantos siglos más.

Sea como sea, merece la pena hacer un matiz, porque si a un libro puede recordar la sinopsis de “Una pesadilla con aire acondicionado” es a “On the road” de Kerouac y aunque, es verdad, tienen el mismo leitmotiv —un viaje de costa a costa— lo cierto es que la obra de Kerouac es más tradicional y se desarrolla en torno a una épica de lo americano que no existe en Miller, que en contra de lo que suele ser habitual en su narrativa apenas desarrolla en este libro aventuras, amoríos y situaciones propias de la bohemia, sino que se dedica, más bien a disertar sobre diversos temas. Además, la épica de Kerouac deja entrever un espíritu romántico y conservador, mientras que el pensamiento de Miller, aunque podría ser adscrito al romanticismo, es sin duda más ácrata, más revolucionario, lo que se ve en la constante crítica a los Estados Unidos que veíamos más arriba.

Por lo demás, como el propio Miller apunta: “Todo lo que vale la pena de ser dicho (sic) del estilo de vida americano podría ocupar treinta páginas […] en ninguna otra parte del mundo es tan completo el divorcio entre el hombre y la naturaleza. En ningún lugar he encontrado una urdimbre de la vida tan aburrida”. Pese a ello, no dejan de escribirse páginas sobre y contra el estilo de vida americano.

En cualquier caso, la influencia de la que hablaba más arriba se puede ver sobre todo en el uso obsesivo del Yo, en la idea —también obsesiva— de renunciar, como diría Kerouac, a toda ficción, es decir, de convertir la propia experiencia vital en la única materia narrativa y, por supuesto, en el uso de métodos literarios, para ese fin, claramente experimentales: desde las grabadoras para captar conversaciones durante la beat generation hasta la transcripción de mensajes de whatsapp o chat en la actualidad, pasando por la digresión ensayística, clave en Miller, especialmente en esta obra.

La edición

Una pesadilla con aire acondicionado de Henry Miller
Una pesadilla con aire acondicionado de H.Miller

Finalmente, unas palabras acerca de la edición. En primer lugar, para agradecer a Navona la publicación de un libro que, pese a ser una obra menor, satisfará a todos aquellos que como quien esto escribe se cuenten entre los fanáticos de Henry Miller. En segundo lugar, para recomendar una segunda edición revisada, porque más allá de la traducción —correcta, aunque a veces le falte ritmo— se echa en falta una tarea de revisión que adapte al castellano algunos giros de la lengua y, sobre todo, que elimine algunas erratas y faltas que en un libro tan largo por fuerza tenían que aparecer, pero que aquí son bastante constantes y acaban afeándolo un poco. Por ejemplo, en la página 244 leemos: “mientras volví a la posada” (cuando tendría que ser: “mientras volvía a la posada”) y enseguida en la 247: “cómo podían ser blandos y cobardes y aún así no se asustaran ante la muerte”, en lugar de “no asustarse ante la muerte”.

Son sólo dos ejemplos, pero hay un buen número que entorpecen la lectura de un libro cuya edición, por lo demás y como decía, aplaudimos y celebramos.

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